Casi todos los estadounidenses conocen a un adulto abrumado por la carga de un préstamo estudiantil. Menos personas saben que junto a esos 42 millones de estudiantes endeudados existe una industria privada formidable que se ha enriquecido con esos mismos préstamos.

Hace una generación, el gobierno federal abrió su banco de préstamos estudiantiles a empresas con fines de lucro. Firmas de capital privado y bancos de Wall Street aprovecharon el flujo de dólares de préstamos federales, vendiendo préstamos que los estudiantes a veces no podían pagar y luego recibiendo honorarios del gobierno para acosar a los estudiantes cuando incurrían en mora y no podían pagar su deuda.

Paso a pasito, el Congreso ha promulgado una ley tras otra para convertir los préstamos estudiantiles en la peor clase de deuda para los estadounidenses, y la mejor para los bancos y cobradores de deudas.

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Hoy en día, casi todas las personas involucradas en la industria de préstamos estudiantiles ganan dinero de los estudiantes: los bancos, los inversores privados, incluso el gobierno federal.

Una vez establecida, la industria privatizada de préstamos estudiantiles ha tenido éxito en gran medida preservando su estatus en Washington. Y a partir de uno de los mayores triunfos del cabildeo [lobby] de la industria, los préstamos estudiantiles ya no pueden ser perdonados en una bancarrota, salvo en casos aislados.

Simultáneamente, los cambios sociales conspiraron para aumentar la necesidad básica de estos préstamos: Los ingresos de la clase media se estancaron, los costos de las universidades se fueron a las nubes y los estados se retiraron de su inversión histórica en universidades públicas.

Si los estados hubieran seguido apoyando la educación superior pública al nivel en que lo hacían en 1980, habrían invertido al menos $500 mil millones adicionales en sus sistemas universitarios, según un análisis de Reveal from The Center for Investigative Reporting.

El cálculo para los estudiantes y sus familias había cambiado drásticamente, con poco aviso. Hoy en día, hay una clase de deuda estudiantil sin nada que se le parezca: Alrededor de 42 millones de estadounidenses llevan la carga de $1.3 billones en deuda que está alterando vidas, relaciones e incluso jubilaciones.

“Siento que me arruiné la vida yendo a la universidad”, dice Jackie Krowen, de 32 años, de Portland, Oregon, una enfermera con un saldo de deuda estudiantil de $152,000. “No puedo planificar para el futuro”.

Uno de los beneficiarios de esta parranda de lucro detrás de esta deuda es el gobierno federal. Según los cálculos del mismo Departamento de Educación, el gobierno espera ganar una tasa increíble del 20% por los préstamos que otorgó en 2013.

Hoy en día, la deuda estudiantil es una industria de $140 mil millones de dólares al año, y a diferencia del futuro de muchos de sus clientes estudiantiles, el futuro de la industria se ve muy brillante.



Esta es una versión condensada de un artículo de Reveal from The Center for Investigative Reporting. Para leer la investigación completa de James B. Steele y Lance Williams, ingresa a www.revealnews.org/studentdebt.


Jackie Krowen 32, Portland, Oregon

Lane Community College, Portland State University, University Of Rochester

$128,000
Préstamos estudiantiles

$152,000
Saldo restante

$1,200
Pago mensual

Ocupación: Enfermera: Sueldo: $62,000

A los 19 años, Jackie obtuvo su primer préstamo estudiantil para asistir a un colegio comunitario en Oregon. Pidió otro préstamo cuando se transfirió a Portland State University, una universidad estatal, y otro más para la facultad de enfermería en University of Rochester en New York.

“No hacía falta encontrarse con nadie”, dice. “Sólo hacías clic en algunos botones en la computadora y recibías un cheque enorme”.

Cuando ella terminó los estudios en 2011, tenía una deuda de $128,000. Hoy en día, con un buen trabajo como enfermera, aún no puede reducir su deuda y ni siquiera hacerle mella.

En retrospectiva, Krowen se da cuenta de que no tenía ni idea de lo que estaba haciendo al obtener sus préstamos. Afirma que sus padres la alentaron a obtener préstamos porque la tasa de interés era baja. Como muchos prestatarios jóvenes, no sabía cuánto interés se podía acumular. “Esto no tenía sentido para mí”, dice.

Ahora sí lo comprende. Su saldo actual es de $24,000 más encima de todo lo que obtuvo como préstamo.
Dice que comprar una casa no es una opción para ella, y la idea de tener una familia le parece imposible financieramente. Ella teme que esto sea así por el resto de su vida.