Hace algunos años, una maestra de 45 años de edad con IBS a quien yo había tratado con resultados mixtos por varios años me llamó, con la voz llena de emoción. Un amigo suyo de un grupo local de apoyo para personas con este síndrome había comenzado a llevar una dieta especial y se sentía como una persona nueva.

Cuando mi paciente fue a verme inicialmente, tenía todos los síntomas del IBS, el trastorno gastrointestinal más comúnmente diagnosticado en los Estados Unidos. Durante los meses previos había experimentado ataques intermitentes de dolor abdominal extremo con diarrea que duraba varios días, que se alternaban con episodios de estreñimiento, gas e inflamación.

Dilemas en el diagnóstico

Sus síntomas representaban un desafío formidable para diagnosticarlo debido a que muchos otros trastornos intestinales se asemejan al síndrome del intestino irritable. No había bajado de peso y no presentaba sangre en las heces, lo que hubiera podido señalar una enfermedad mucho más ominosa, como cáncer de colon o colitis ulcerativa. Todos sus análisis de sangre de rutina tuvieron resultados normales. Dado que recientemente había visitado la India, pedí que se revisaran sus heces en busca de parásitos como giardia, que puede provocar síntomas duraderos. Pero no se encontraron parásitos de este tipo.

Las pruebas para detectar la enfermedad celiaca también tuvieron resultados negativos. Para descartar la sensibilidad al gluten no relacionada con la enfermedad celíaca, la maestra probó hacer una dieta libre de gluten por un mes que no le generó beneficios. Su colonoscopia tuvo resultados normales. Ambos estábamos esperanzados cuando mejoró con una dieta libre de lactosa, solo para ver sus síntomas volver luego de algunas semanas.

Dado que no fui capaz de señalar con exactitud una enfermedad que explicara sus síntomas, quedé, por eliminación, con un diagnóstico de IBS, un trastorno que carece de una causa clara o un tratamiento satisfactorio. A pesar de décadas de estudio intenso, no se ha encontrado un biomarcador o un marcador patológico para este síndrome.

Pero han surgido dos anomalías típicas. Una es una sensibilidad exacerbada a cantidades normales de gas intestinal. La otra es una coordinación deficiente en las contracciones del músculo intestinal que normalmente ayudan a transportar las heces a su destino final. Cuando eso sucede con demasiada rapidez, a las personas les da diarrea; cuando es demasiado lento, sufren de estreñimiento.

El tratamiento de un malestar escurridizo

A lo largo de los años, mi paciente fue capaz de encontrar un poco de alivio evitando los alimentos que parecían funcionar como desencadenantes para sus síntomas: alcohol, cafeína, chabacanos, plátano, frijoles, coles de bruselas, cebollas, ciruelas y pasas. Considerando su breve experiencia benéfica evitando la lactosa, también siguió alejándose de los productos lácteos.

También le recomendé el uso limitado de medicamentos y me concentré en la fase del síndrome del intestino irritable en la que se encontrara en ese momento. Durante períodos de estreñimiento, por ejemplo, tendía a usar polietilenglicol de venta libre (Miralax y genéricos). Posteriormente, cuando comenzaba la fase de la diarrea, encontré que el mejor remedio era la loperamida de venta libre (Imodium A-D y genéricos).

Múltiples medicamentos que requieren de receta, incluyendo los antiespasmódicos como la hioscinamina y los antidepresivos más antiguos como la amitriptilina (Elavil y genéricos) y la dispramina (Norpramin y genéricos), también pueden aliviar los síntomas; los últimos dos especialmente cuando la depresión puede estar jugando un papel. Y los probióticos para alterar la proporción de bacterias buenas a malas en el intestino han ofrecido resultados prometedores en ensayos clínicos limitados. Pero ningún medicamento funciona satisfactoriamente todo el tiempo.

¿Una idea mejor y más novedosa?

Es por todo lo anterior que cuando mi paciente me llamó para hablar sobre la dieta especial de su amigo, no me resultó sorprendente. La investigación muestra que las personas que padecen de IBS consideran que la comida es el desencadenante más común. Y los cambios en la dieta dirigidos por el mismo paciente pueden provocar mejoras anecdóticas en muchas personas.


Muchos estudios han mostrado mejoras significativas para pacientes con IBS (síndrome del intestino irritable) que consuman algo conocido como una dieta baja en FODMAP.


La dieta a la que se refería el amigo bien intencionado de la maestra era la cada vez más popular dieta baja en FODMAP. (FODMAP corresponde a las siglas en inglés de oligosacáridos fermentables, disacáridos, monosacáridos y polioles, todos los cuales son carbohidratos). Además de los alimentos que suelen producir gases, lo que hay que evitar incluye aquellos alimentos que contienen trigo y los que tienen fructosa como manzanas, cerezas, mangos y peras. Muchos estudios controlados aleatorizados, si bien han sido pequeños, han mostrado mejoras significativas en pacientes con síndrome del intestino irritable que llevan dietas bajas en FODMAP.

Referí a mi paciente con un dietista certificado que le ofreciera instrucción formal sobre la dieta, la cual ella adoptó entusiastamente. Ahora, a pesar de que aún tiene ataques ocasionales de diarrea, en general es una persona mucho más feliz de lo que era antes de la llamada telefónica de su amigo.


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