En el verano de 2014, Carolyn Slutsky caminaba hacia la fiesta de graduación de una amiga cuando sintió una repentina punzada de dolor. La sensación irradiaba desde la espalda baja hasta su pierna derecha y empeoraba con cada paso que daba. Para cuando llegó a la fiesta, apenas podía mantenerse de pie. Fue a un centro de urgencias en el Upper West Side de New York City la siguiente mañana, en donde un médico le inyectó lo que ella describió como “una fuerte dosis de medicamentos para el dolor” y le dio el nombre de un masajista terapéutico.

El terapeuta de masaje “me golpeaba la espalda,” Slutsky recuerda. “Me decía una y otra vez, ‘¿Ya ves? ¡Va mejor!’ Pero no me sentía mejor.” Ella probó analgésicos sin receta, los que le ayudaron por unas cuantas semanas, hasta que una mañana, el dolor regresó con venganza. Fue a ver a un especialista de la espalda, que le recomendó hacerse una resonancia magnética, la cual reveló que tenía una hernia en un disco espinal. Entonces, el médico le dio a Slutsky una lista de terapeutas físicos.

El primero le cedió el caso a uno de sus estudiantes, que hizo un trabajo deficiente al explicarle los ejercicios. Slutsky rápidamente abandonó el tratamiento y comenzó su propia búsqueda para encontrar alivio. Siguiendo las sugerencias de amigos, probó libros de auto-ayuda y acupuntura, pero ninguno funcionó.

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Eventualmente eligió a otro terapeuta físico de la lista, que cambió todo por completo. Él le recomendó una almohada especial para ayudarle a sentarse de manera adecuada y le enseñó ejercicios que con el tiempo eliminaron su dolor. “Pasar por esto me hizo sentir falible”, ella cuenta sobre su experiencia. “Estaba en una situación que se había salido de control”.

El dolor persistente puede ser tan frustrante como es debilitante. Como Slutsky y cualquier otra persona que ha sufriendo durante tiempo prolongado puede decirlo, nunca hay un momento conveniente para tener una lesión en la columna, una migraña o un ataque de artritis. El dolor puede apoderarse de tu vida sin previo aviso. Puede desaparecer repentinamente y después regresar justo cuando crees que lo has vencido. En algunos casos, la causa está clara; en otros es un misterio. Sin embargo, cuando te pulsa la cabeza, te duelen las articulaciones o la espalda manda rayos eléctricos de agonía por toda tu columna, es un impulso natural buscar lo primero que puedas encontrar que haga desaparecer el dolor.

Es por eso que los estadounidenses gastan alrededor de $300 mil millones en tratamientos y cuidados para el dolor cada año. Y además está el costo de la pérdida de productividad, que según un reporte de 2011 del Instituto de Medicina oscila en alrededor de $315 mil millones anuales.

“El dolor es parte de toda nuestra vida en algún momento,” dice Robert D. Kerns, Ph.D., un profesor de psiquiatría, neurología y psicología en Yale University y antiguo director nacional del programa de manejo del dolor de la Administración de Salud de Veteranos (Veterans Health Administration - VHA). “Pero para demasiados estadounidenses, es un problema enormemente subestimado que impacta de forma profunda la calidad de su vida”.